La materia orgánica del suelo procede de los restos de organismos caídos sobre su superficie, principalmente hojas y residuos de plantas.
La descomposición en mayor o menor grado de estos seres vivos, provocada por la acción de los microorganismos como raíces, animales y microorganismos muertos o las deyecciones forman en su origen la materia orgánica del suelo, además de la materia orgánica incorporada al suelo por la actividad humana: restos de cosechas o enmiendas orgánicas de distintas procedencias y en diversos estados de descomposición.
La materia orgánica fresca (es decir, sin descomponer) está formada por los componentes de los animales o vegetales: hidratos de carbono simples y complejos; compuestos nitrogenados; lípidos (grasas, ácidos grasos, ceras, fosfolípidos, pigmentos, vitaminas, etc.); ácidos orgánicos; polímeros y compuestos fenólicos (ligninas, taninos, etc.) y elementos minerales.
Todos estos componentes de la materia viva sufren una serie de transformaciones que originan lo que conocemos como materia orgánica propiamente dicha, que consiste en un material dinámico (termodinámicamente inestable), ligado a los ciclos del carbono, nitrógeno, del fósforo y del azufre, a la reducción del hierro y el manganeso en el suelo y a otros muchos procesos y que puede llegar a estabilizarse en función de los parámetros ambientales (temperatura, pH, humedad, contenido iónico, poblaciones de microorganismos, etc.).
En el suelo coinciden los materiales orgánicos frescos, las sustancias en proceso de descomposición (hidratos de carbono, etc.) y los productos resultantes del proceso de humificación. Todos ellos forman la materia orgánica del suelo.
Ivonne
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